diumenge, de juny 10, 2007

El juego

Me pide que me vaya. Dice, déjame sola, por favor. Libera su mano de la mía y se la echa a la cara. Dice, por favor. Y respira fuerte y aprieta los dedos contra los ojos. Guardamos un secreto, lo tragamos con saliva, y a mí me sacude un escalofrío que hubiese hecho llorar a un niño. Un corto charco de sol temprano se asoma por donde puede. En esta habitación a oscuras todavía se habla en presente de la noche de ayer, y alguien quisiera echar un poco atrás y pensárselo dos veces. Es un drama porque para ella es un drama, y me arrepiento porque ella se arrepiente. Y guardo silencio. Porque ella lo guarda. Ella ha guardado silencio un rato y luego ha dicho, vete. Por favor. Y tapa su cuerpo desnudo con la sábana. Se forman pequeños focos de luz en las rendijas que quedan en lo alto de la persiana, y yo, ahora que me siento de verdad desnudo, no tengo nada con que taparme. Es un drama. Porque para ella es un drama. Lo siento y me siento parte, pero no lo entiendo. Con ella nunca acabo de entender nada. Ni por qué me regala esas miradas furtivas ni por qué encuentra su mano con la mía a escondidas. Siempre bajo las mesas, siempre. Las dos manos acariciándose. O en una multitud. Ella me busca y coge mi mano. Y me mira cuando nadie mira. Y a veces vocaliza letra por letra hasta formar un cumplido y sonríe. Cuando está lejos o a mi lado mismo. Un juego. Cuando nadie mira o todos me miran. Como las niñas del colegio.
Porque tienen alguien de quien esconderse.
Y ahora que hemos estado más juntos que nunca, quiere estar sola.
Lo siento, dice. Y cuando intenta volver a hablar se rompe, y yo ya roto y flaco y desnudo siento vértigo, porque una disculpa a veces es lo último que quieres oír. Pienso: después de corrernos, lo último. Vete. Y algo te dice, escapa. Antes de seguir sin entender. Márchate y no habrá momento más penoso que éste. No dejes nada. Ella te da la espalda y tú recoges la ropa del suelo. No habrá momento más penoso, te convences, ni ruido más embarazoso que el repicar de las llaves y botones y monedas. Ahora, más desagradable que el susurro de los cordones que se anudan, pocas cosas: otra disculpa, por ejemplo.
Shhht.
Déjalo.
Y no recuerdo haberme sentido nunca tan mal. En realidad, ahora mismo no recuerdo nada más allá del silencio. En realidad, en este mismo instante, lo único que me angustia es sacudir este silencio; violentar la quietud que precede... a lo que sea. Un chirrido en la puerta o el quejido de los muelles de la cama en levantarme apuñalando todo. Y lo más doloroso es que quiero quedarme con toda mi alma, quedarme y quedarme loco. Pero no dejes nada, me digo. Me repito. Ahora sí, me convenzo. Y sólo dejo mi olor, como un velo de polvo sobre su cama y su cuerpo. Y mientras marcho oigo el salpicar de un vómito en la taza del váter. A ella no la dejan amar a dos personas. Aunque poco importa si ella no sabe amar a dos personas. Por eso se le revuelven las tripas. El abismo es tan fondo que se marea. Por eso se le revuelven las tripas y vomita. Y llora, creo. Un hilo de babas, tequila y lágrimas de su boca al baño y del baño al pecho. Allí de rodilas. Con cuatro colores simulando figuras en sus párpados caídos y desbaratándose en gestos de asfixia. Y si supiera que yo sólo hablaba para que ella me mirara, que yo sólo salía para que ella me buscara; si supiera que soñaba con tocarla y hacer del juego algo más complejo para luego sólo dormirnos abrazados y vencidos con cien horas crujiéndonos los huesos, temblando los dos de tanta complicidad... Si lo supiera potaría hasta la bilis. Y se preguntaría por qué no pidió perdón la primera vez que nos encontramos bajo la mesa. Por qué no retiró la mano, por qué se dejó seducir por el juego.
Pero no lo sabe. Y por eso no puedo quedarme.
BSO - A thousand kisses deep, Leonard Cohen

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